viernes, 6 de febrero de 2009

La historia de las crisis sistémicas demuestra que resolverlas lleva años y el costo es muy elevado

La experiencia histórica demuestra que para el tratamiento de una crisis bancaria sistémica no hay fórmulas mágicas que aseguren la buena praxis. Y también se sabe que las soluciones no son gratuitas: llevan tiempo, insumen recursos fiscales y provocan una pérdida de valor económico tanto términos de producción como en el precio de los activos en los países donde se producen estos remezones.
Así se comprende por qué el gobierno de los Estados Unidos finalmente dispuso reforzar la medicación para hacer frente a la turbulencia financiera y económica, proponiendo hacerse cargo de las carteras tóxicas de los bancos.
Para enfrentar la anterior crisis, cuando cayeron las savings & loans en 1988 y arrastraron al Continental Illinois, EE.UU. aceptó hacerse cargo de un costo fiscal de 3,7% del PBI y aún así no pudo evitar el impacto en la economía real que entró en recesión. Esos 3,7 puntos de 1988 son equivalentes a 525.000 millones de dólares de hoy.
Un trabajo difundido en septiembre último en Washington (“Systemic Banking Crisis: A New Database”; Laeven y Valencia) muestra que en el ´88 la producción en Estados Unidos cayó 4,1 puntos del Producto Bruto Interno (PBI), que como consecuencia de la crisis retrocedió 0,2%.
Los críticos del plan Paulson, que estima un costo fiscal de 700.000 millones de dólares, deberían tomar nota que cuando no se hizo nada, las cosas fueron peor. En los países cuyos gobiernos prefirieron cuidar las cuentas públicas antes que apuntalar el crecimiento y acelerar la recuperación de la economía, las pérdidas en lo que hace a producción fueron mayores. Por ejemplo, en la crisis de la deuda de 1981, México tuvo una pérdida de producción de 51,3%, mientras que en el Tequila de 1994, con un costo fiscal de 19,3% del PBI, la caída de producción fue de solo 4,2% del PBI.
Igualmente, se actúe o no, el costo en años de crecimiento es inevitable. En todos los casos se verificaron fuertes retrocesos en el PBI. A la Argentina, la crisis del 2001 le costó 42,7% en producción y un repliegue económico de casi 11 puntos. En el 80, con un costo fiscal de 55% del PBI, la pérdida de producción fue de 10,8% y la economía se achicó 5,7%.
Pero más allá de las estadísticas relativas al precio de cada crisis, otro dato interesante que surge de este trabajo es que analiza cómo era la foto de cada país en el año previo a que se produjera. Y en casi la totalidad de los 42 episodios de crisis sistémicas ocurridos en el mundo desde 1970 hasta ahora, aparecen señales que mostraban tensiones como, por ejemplo, la tasa de crecimiento de los créditos en dificultades, la aceleración de los índices inflacionarios o presiones cambiarias sobre todo en donde había tipos de cambio fijos, lo que desembocaba en lo se llama doble crisis (sistémica y cambiaria).
De allí que si técnicamente parece posible prever la ocurrencia de estas crisis, uno legítimamente podría concluir que con decisión política, podrían ser evitables.

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