Si los mercados esperaban que la reunión de ministros de Finanzas del G-20 terminara en un acuerdo como el del 85 en el Hotel Plaza de Nueva York, se sentirán decepcionados con el resultado de la cumbre de donde se pensaba podría pactarse una tregua en la guerra de las devaluaciones.
El comunicado final emitido el fin de semana es una velada y diplomática síntesis de los desencuentros entre los ministros y las dos posiciones opuestas, y al parecer irreconciliables, entre EE.UU. por un lado y los emergentes, encabezados por China, por el otro.
Tim Geithner fue a Gyeongju con un gesto y varias cartas a jugar: el gesto, demorar la difusión del informe semestral sobre prácticas cambiarias de sus socios comerciales, que entre sus párrafos incluye una denuncia a Beijing por manipular la paridad del yuan con el propósito de hacer más competitivas sus exportaciones.
Entre las cartas, la primera fue proponer un límite de 4% para los desequilibrios comerciales positivos o negativos. La respuesta generalizada fue de rechazo, argumentando que fijar una meta numérica no es la solución al problema. China, Brasil, Rusia y Japón le dieron la espalda.
La segunda carta fue la aceptación de un mayor protagonismo de China en el directorio del FMI, que ahora está por encima de varios países europeos, incluyendo a Alemania. Geithner, diplomático, reconoció que el mundo cambió y que los emergentes como China y Brasil merecen más representatividad. Pero agregó al final que más participación lleva aparejada más responsabilidad.
La tercera carta, que al menos públicamente no apareció, es la amenaza del proyecto de ley que está en el Capitolio y que sanciona con trabas comerciales a los socios que mantengan superávits excesivos en sus cuentas corrientes. El destinatario es China: hoy China está un poco arriba de 4%, pero los economistas estiman que su moneda está sobrevaluada en 20% y que de continuar así el superávit se duplicaría en cuatro años.
Igualmente Geithner reconoció que Beijing está en el camino correcto y ya está promoviendo una apreciación del yuan; no aclaró que le gustaría que el ritmo fuera mayor. Sí reiteró, y subrayó, que Washington favorecerá un dólar fuerte como garantía del crecimiento mundial, lo que plantea un escenario inquietante de no mediar algún tipo de aceptación de las otras partes.
Al menos hasta hoy no hay señales de un acercamiento. EE.UU. pide que los países emergentes revalúen sus monedas y bajen el superávit comercial. Desde los emergentes les contestan que por culpa de las tasas de interés casi nulas y la emisión de la Reserva Federal para apuntalar el crecimiento hay un exceso de dólares que buscan rendimientos atractivos en otros países, con lo cual baja el dólar en esos mercados y se forman burbujas en los activos en los que se colocan los fondos. Pero tampoco hay indicios de que alguien quiera levantarse de la mesa y salir pegando un portazo.
El comunicado del G-20 recogió todas las posiciones: 1) el reclamo de EE.UU., al propugnar que los tipos de cambio estén más librados a la acción de los mercados, evitar las variaciones con propósitos de competitividad y el compromiso de trabajar en políticas para resolver los desequilibrios comerciales. Y, 2) el de los países emergentes, al incluir la promesa de los países emisores de monedas de reserva internacional de evitar la volatilidad y los saltos bruscos en las cotizaciones.
Todavía hay esperanza en que antes de la cumbre de presidentes del G-20 que se realizará en Seúl el 11 y 12 de noviembre se avance en las gestiones para evitar que las escaramuzas cambiarias deriven en una abierta guerra comercial, con consecuencias a nivel global. (Alejandro Colle, diario Hora 6)
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